lunes, 19 de octubre de 2009

Algunos hombres buenos

Fin de semana extraño
Después de un curioso y agradable viernes con final feliz y mucha juerga (hay que joderse, que tenga que irme de Teleco para poder marcarme una fiesta en condiciones con la gente de allí...), llegó el sábado con más pena que gloria (recordemos los agradables ardores de estómago provocados por el garrafón).

El plan era sencillo, cumpleaños de una amiga, que organice todo ella y a mí dejadme en paz mientras me echo la siesta tranquilo. Mi colega Berto y yo nos quedamos en mi casa viendo cómo la lluvia encharcaba el Circuito de Interlagos mientras el resto de los asistentes a la fiesta quedaban para hacer botellón (no, no somos antisociales, al menos no del todo, sino que no queríamos emborracharnos aunque fuera por probar una vez a ver qué tal).

No obstante, al final nos acercamos al botellón (cargados de Energy Drink para aguantar la noche), y ya algo empezaba a hacerme sospechar que no iba a ser una noche fácil: una tía llorando porque le había dicho que técnicamente era culpa suya su forma de hablar (¿...?), un montón de chavales de dieciséis al borde del coma etílico, un tío pidiéndome un cigarro mientras se iba para todos lados, un notas tirándose con un monociclo por una cuesta, la del cumpleaños intentando cazar patos...


Definitivamente, algo no iba bien...

La primavera de Vivaldi 
Después de toda la odisea del botellón, Berto y yo nos separamos del grupo (gracias a Dios, porque al parecer los que tan amigos eran antes de beber acabaron a hostias para seguir sumando puntos a una situación surrealista), para ir a buscar a otra amiga pero claro, cómo no, nos dejó plantados después de que fuimos a buscarla al otro lado del parque de las Cruces y, después (y andando), al metro de Caranbanchel. A Berto le hizo muchísima gracia perder una hora para nada.

A partir de entonces, mi colega empezó a perder a pasos agigantados la cordura y la paciencia y es que, como bien señala su blog, provocarle no es una buena idea. Decidimos ir a cenar para hacer tiempo mientras el resto del grupo regrebaba, y nos encontramos con que en el MacDonald's deben pensarse que somos gilipollas o algo:

En un intento por tomarse las cosas con humor, mi buen amigo se metió en el baño y se puso a cantar a voz en grito La primavera de Vivaldi. Tan concentrado estaba en su recital que no se dio cuenta de que otro señor entró en el baño y se quedó con cara de "Dios, dónde me he metido". Cuando Berto salió y se encontró con el simpático desconocido, su cara era un poema. Hacía mucho tiempo que no me reía tanto.

Bohemian Rhapsody
Bueno, los detalles de lo que ocurrió en Bohemia se los dejo a Berto (que los colgará en breve en mequejosimeprovocas.blogspot.com). Sólo añadir que para una tía que parecía que podía hacerme caso, le dio un chungazo y por poco se le sale hasta el estómago por la boca. Tuvieron que retirarla del terreno de juego.

Definitivamente, no, el sábado no fue una buena noche:


Asco de noche


Aún quedan hombres buenos
Después de un domingo desapasionado (y decepcionante por la victoria de Jenson Button en el campeonato del mundo de Formula 1 en detrimento de mi favorito, Rubens Barrichelo, que partía de la pole y tuvo una mala suerte después de pasar por boxes horrible), vuelta a la realidad del lunes. Aunque ha sido un día especial porque he dado mi primera clase en universidad (de programación a unos cuantos compañeros), también ha sido un día agitado.

Y es que he perdido mi móvil nuevo, con apenas tres semanas y por el que me hubiera tocado cumplir dos años de contrato con Movistar inservibles de no ser porque todavía, gracias a Dios, hay gente buena en este mundo, que se encuentra algo que no es suyo y no duda en devolverlo. La persona en cuestión es Jorge Rodríguez, compañero de carrera, al que pienso invitar, por lo menos, a una cerveza en agradecimiento. Gracias, gracias, gracias. 

Y hasta aquí por hoy. ¡Un saludo y nos vemos en R3!

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