sábado, 27 de marzo de 2010

Así van los premios 2010

Bueno, después de casi un mes sin actualizar por unas causas y por otras (entre ellas por la maravillosa gestión de ONO para darme de alta en su servicio de ADSL), vuelvo haciendo un repaso de cómo van los Premios Bastardos 2010 después de este primer trimestre fiscal.

Para el que no lo sepa, los Premios Bastardos vendrían a ser como los Premios Razzie del cine, que se otorgan por los EPIC FAIL del grupo. Cada premio lleva el nombre de un miembro del grupo en honor a las mayores cagadas de dicha persona. 

PREMIOS BASTARDOS 2010
  1. Libardada del año (Libardo Betancourth): este premio se otorga por haber sido víctima de la peor mala suerte del año. Está la cosa reñida, aunque se lo lleva Libardo por A cuatro patas (y no para fregar el suelo): nuestro amigo Libardo tenía colgado un anuncio en una página web donde ofrecía sus servicios como canguro, cuidador de mascotas y chico de la limpieza. Así que, en estos tiempos de crisis, recibió una llamada de un hombre para contrarlo a cambio de 45 euros por dos horas de limpieza. Libardo, ante lo extraño de tan cuantiosa oferta, le preguntó al tipo en cuestión si tenía que limpiar la casa u otro tipo de cosas. Como era de esperar, el hombre buscaba que le dieran un repaso y no precisamente al parqué. Anteriormente lo tenía Alberto, con Un día de suerte: el bueno de Alberto estaba sentado en un bar cuando de pronto se agachó y, al reincorporarse, sonrió triunfante y dijo: "¡Hoy es mi día de suerte, me he encontrado una moneda de 50 céntimos!". Minutos más tarde, una mujer corría desesperadamente al sitio de Alberto diciendo: "Oye, mira, es que antes estaba aquí sentada y creo que se me han debido caer las llaves al suelo, por favor, echa un ojo a ver si están debajo de la mesa". En efecto, al agacharse de nuevo, Alberto no sólo encontró las llaves, sino el iPod que a la chica se le había caído. Cuando ella se fue, le dije: "Sí, Alberto, tu día de buena suerte: te has encontrado una moneda de 50 céntimos al lado de un iPod y NO TE HAS DADO CUENTA".
  2. Albertada del año (Alberto Quintanar): también conocido como el premio Capitán No-Surgió, se lo lleva quien haya sufrido un rechazo por parte del género femenino cuando todo parecía indicar que la situación estaba a tiro de piedra. Por ahora, soy yo quien ostenta el premio por Jornada de estudio: haber estado a solas en casa de una chica sin que pasara nada.
  3. Pizarrada del año (un servidor): premio al comentario más bestia. También lo ostento yo, por El destrozaegos: típica diva nocturna que tiene que espentarse moscones y, cómo no puede ser de otra manera, rechaza sistemáticamente cualquier intento de acercamiento masculino. Tras varias horas de fiesta, de vuelta a casa, me acerqué a ella y le dije: "Pues... parece que después de cinco horas de fiesta no estás tan guapa, ¿no?". Mortal.
  4. Jareñada del año (Diego Jareño): éste es el único premio bueno de la lista. Se lo lleve quien ligue con la más guapa. Lo ostenta Alberto desde Nochevieja por La Chica del Ropero.
  5. Quirosada del año (Dani Quirós): este premio lo recibe quien haya tenido más morro a lo largo del año. Aún está por determinar.
  6. Juanada del año (Juan S. Upegui): premio al acto más impresentable. Lo ostento yo por una hazaña privada no publicable en Internet (hay niños que nos ven).

lunes, 1 de marzo de 2010

Los fantasmas del paraíso. Parte III

No leas esta parte si no has leído las dos anteriores.

Los fantasmas del paraíso. Parte III

Cruzó una última esquina y se paró a observar desde una distancia prudencial. En la puerta de aquel restaurante del centro de Madrid donde la pareja había quedado para celebrar su segundo aniversario, Gonzalo esperaba fumándose un cigarro a que Andrea cruzara la calle.

Ambos se besaron y se abrazaron con entusiasmo bajo su atenta mirada. Segundos después, entraron en el restaurante y él se dispuso a seguirlos, con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. Dejó que la cólera se apoderara de él.

El sitio estaba a rebosar de gente. La pareja se había sentado en el otro lado del restaurante y él se acercó a la barra para pedir un whisky. Necesitaba algo de alcohol para reunir fuerzas.

Pronto estaré en el cielo, se dijo, contigo, Padre.

Apuró de un trago el vaso y pidió otro. El camarero le miró con desconfianza pero, en cuanto sacó un billete de cincuenta euros, le sirvió la bebida sin hacer preguntas.

A lo lejos, Gonzalo y Andrea discutían con el camarero lo que iban a pedir.

La úlcera del estómago no tardaría mucho en noquearle, así que debía darse prisa. Con la vista nublada por el efecto del alcohol, se separó de la barra y, tambaleándose, se deslizó entre las mesas. El camarero que atendía a la pareja cerró su libreta y se alejó en dirección a la cocina. Era su oportunidad.

-¿Está todo a su gusto? –dijo él cuando estuvo justo al lado de la mesa.

La cuchara que Andrea sostenía se escurrió de entre los dedos al reconocer su voz. Gonzalo levantó la vista y se topó con su fría mirada.

-¿Qué coño haces aquí? –gritó.

El ruido de la cuchara alertó a las mesas vecinas. Gonzalo golpeó con el puño la mesa e intentó ponerse de pie para destrozarle allí mismo, pero un simple gesto lo detuvo.

¡Fue tan fácil! Como si llevara meses preparando cada movimiento, el revólver se deslizó suavemente fuera de la chaqueta y su mano lo llevó justo hasta en la frente de Gonzalo. De repente, éste palideció y volvió a sentarse lentamente.

Alguien gritó y de pronto toda la gente que estaba en el restaurante se alejó lo más rápido posible de los tres. No obstante, algunos, desde la distancia, observaban con una curiosidad enfermiza que rayaba la temeridad. Pudo ver de reojo a una camarera llamando por teléfono, con total seguridad a la policía, pero no llegarían a tiempo.

-No… -gimió Andrea-. ¿Qué he hecho? ¿Por qué…?

-¡Cállate! –gritó-. ¡Sabes de sobra lo que has hecho!

El gesto de Gonzalo se endureció. Al parecer había comprendido que no tardaría mucho en morir y decidió hacerlo con la cabeza bien alta:

-Si vas a matarnos –dijo, apretando los dientes-, ¿a qué esperas?

Tenía huevos, el muy cabrón. Deslizó el pulgar para quitar el seguro del revólver y Gonzalo pudo sentir en su propia piel el mecanismo del tambor al girar. Podía sentir su miedo, el temblor de su cuerpo, y disfrutó de aquella momentánea sensación de poder.

-¡Dile que le amas! –Le gritó a Andrea-. ¡Es tu última oportunidad, díselo antes de que lo mate!

Andrea le suplicó con la mirada, pero él se mostró indiferente. Luego miró a Gonzalo, la persona que lo había dado todo por ella, y no pudo evitar romper a llorar.

-¡Que se lo digas!

-¿Por qué?

-¡Porque quiero oírte decir las palabras que han destrozado mi vida!

-No puedo –susurró Andrea-. No puedo decírselo porque no es verdad. No le amo.

Él y Gonzalo se quedaron petrificados.

-No le amo a él... -balbuceó- Siempre te he amado a ti, pero esto... No, yo no podía... Lo siento, lo siento mucho. Por los dos.

-¿Me… me quieres? -las piernas empezaron a fallarle-. ¿Después de todo... a mí?

Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas. Primero una arcada, luego sintió cómo su estómago se retorcía sobre sí mismo. El dolor se extendió rápidamente por sus entrañas y, sin poder evitarlo, perdió la fuerza en las piernas. Con un golpe sordo, se derrumbó contra la mesa. Entonces, recordó...


...


Llovía. Todo a su alrededor era gris, cada detalle estaba rodeado de una tristeza infausta. Alguien lloraba a su lado. Andrea, era ella. Quiso alzar la mano para consolarla, pero por alguna extraña razón no podía moverse.

Una voz monótona pronunciaba algún tipo de discurso, sólo interrumpido por el sonido de la lluvia. Alzó la vista y se dio cuenta de dónde estaba. Un cementerio. ¿Qué hago yo aquí?

El párraco leía un pasaje de la Biblia delante de un ataúd abierto, preparado para ser enterrado en cuanto terminara. Se preguntó qué tipo de pesadilla era aquella.

Arrastrando los pies se acercó hasta el féretro y se asomó para ver quién había fallecido. La sangre se heló en sus venas cuando reconoció la cara: su madre.

No, aquello no era una pesadilla: era un recuerdo. ¿Pero qué...?

Hubo un destello y de repente ya no estaba en el funeral de su madre. Reconoció su habitación, la cama sin hacer, el ambiente cargado. En el suelo, el contenido de la caja de su padre estaba desparramado. Buscaba algo desesperadamente: el revólver. ¡Iba a suicidarse!

Se sentó de rodillas y bebió un sorbo de una botella de vodka que había aparecido de la nada. Después, se acercó lentamente el cañón del arma a la sien. Cerró los ojos, dispuesto a quitarse de en medio.

No tuvo el valor suficiente para hacerlo. Furioso consigo mismo, arrojó la pistola contra la pared y gritó, desesperado.

Después se vio a sí mismo hablando solo con la cama de su madre, intentando consolar a un fantasma inexistente, llevándole comida a un producto de su imaginación...

Había vivido una mentira durante los dos últimos años. Quiso negarlo, convencerse de que no se había vuelto loco, pero no pudo. Al fin, al fin era capaz de recordar...


...


Cuando abrió los ojos, todo estaba borroso. A su lado, Andrea gritaba, pero apenas podía escucharla. Su voz sonaba muy, muy lejana.

-¿Qué te pasa? –preguntaba.

Apenas podía escucharla. Con la cabeza apoyada sobre la mesa, podía ver el revólver. Aquel golpe, las palabras de Andrea... le habían hecho recordar. Me quiere, me quiere a mí...

-Éste no soy yo… -murmuró-. ¿Qué estoy haciendo? Yo…

Levantó la mirada y se encontró con las lágrimas de ella.

-Ya no hay marcha atrás, lo sabes, ¿verdad? –dijo-. Ya no.

Andrea asintió con la cabeza.

Esquizofrenia. Su mente enferma había creado recuerdos falsos para protegerse de la cruda realidad. Había llegado a creer que su madre aún vivía. ¿Cuántos recuerdos de los últimos años eran falsos? ¿Se estaba muriendo de verdad o aquello era también producto de su imaginación?

En su locura había estado a punto de pegar un tiro a la persona a la que más había querido en su vida. No merecía una segunda oportunidad.

-No es necesario que lo hagas –Andrea sollozó.

-No me queda más remedio.

-Supongo que ya es demasiado tarde.

Ambos sonrieron. Pobre Gonzalo, se dijo. También había arruinado su vida.

Sabía lo que tenía que hacer y esta vez sí tendría el valor de hacerlo. Se introdujo la bocana del revólver en la boca y colocó el índice sobre el gatillo. El grito de Andrea quedó ahogado por el sonido del disparo.

En el último instante, vio la expresión de horror de Andrea. Gonzalo apartó la cara. La policía entró corriendo por la puerta justo en ese momento. En el restaurante reinó el caos.

La bala atravesó su nuca. Todo se llenó de luz.

-Muy bien, hijo mío. Los has conseguido. Por fin serás feliz.

Al fin los veía. Por fin se reuniría con sus fantasmas del paraíso.